Miguel Ángel es un pequeño empresario de cine de la vieja escuela, entrañable y algo esquivo con la ley, que lleva tres décadas organizando proyecciones veraniegas al aire libre. En los últimos años, ha vivido el fin de la era de la exhibición cinematográfica en soporte fílmico, y ha sido testigo atónito del advenimiento del flamante (y caro) cine digital. Este hecho podría provocar que este verano sea el último para su pequeño negocio. Como un cowboy incansable, siempre al volante de su automóvil, lucha por una ilusión imposible, pues el cine ya no es lo que era y su trabajo tiene los días contados. Esta situación, apenas una anécdota, sirve a Leire Apellaniz para construir su primer largometraje, en apariencia un documental, en el fondo una historia épica sobre un oficio que desaparece, una road movie que no hubiera desagradado al Wim Wenders de los 70 y que lleva impreso, a corazón abierto, el alma y espíritu de "Cinema Paradiso". El itinerario de Miguel Ángel –actor nato, presencia inolvidable— le sirve para filmar escenas que quizá no se repitan, desde el divertido ambiente de una proyección nocturna hasta los diálogos con multitud de personajes que no parecen reales, pero lo son. Como la propia película, que ya ha seducido a un montón de públicos y festivales.